Nabis: profetas de la modernidad
Aquella enseñanza campestre fue la chispa que hizo brotar en Sérusier la llama de su nueva concepción del arte. La pequeña tabla, llamada el Talismán, que había pintado junto a su maestro, la mostró, ya de regreso a París, a sus compañeros de la Academié Sant Julian, Maurice Denis, Pierre Bonnard, Paul Ranson y Henri Gabriel Ibels, que la vieron como una «revelación». Sérusier, gran erudito, filósofo y teólogo que era se reveló como el guru de aquel grupo de jóvenes que se autoproclamaron los Nabis («profetas» traducido del hebreo). Poco después se sumarian Édouard Vuillard, Ker-Xavier Roussel, el suizo Félix Vallotton, el húgaro Rippl- Ronaï y los escultores Lacombe y Maillol. Como si de una hermandad mística se tratase adoptaron la parafernalia de una sociedad secreta: se ponían trajes orientales, se escribían cartas en un lenguaje arcaico, se bautizaron con apodos apropiados (Sérusier era en nabi à la barbe rutilante, Denis el nabi aux bellles icônes… )
Dejando de lado las parafernalias, que en parte eran medio en broma medio en serio, tenían concepciones teóricas muy reflexionadas. En sus primeros intentos se trataba de pequeños formatos, pinturas casi planas y abstractas, con el color puro como medio de plasmar las sensaciones del alma en el lienzo. A mi entender fueron los primeros «fauves» y los primeros pintores abstractos, de ahí la importancia del movimiento. Fue Marurice Denis, teórico del grupo, quién formuló la lapidaria frase: «Recordar que un cuadro – antes de ser un caballo de batalla, una mujer desnuda o una anécdota cualquiera- es esencialmente una superficie plana recubierta de colores dispuestos con un cierto orden.»
Siguiendo esta nueva concepción y extrapolándolo al simbolismo literario, Albert Aurier, joven crítico de arte y pintor, exaltaba las cualidades de la pintura decorativa y simbolista de Gauguin: «A los ojos del artista, en efecto los objetos no pueden tener valor en cuanto a objetos. Sólo pueden aparecerle en cuanto a signos. Son las letras de un inmenso alfabeto que sólo el hombre de genio puede deletrear. Escribir su pensamiento, su poema, con estos signos, recordando que el signo, por indispensable que sea, no es nada en sí mismo y que la idea es todo, tal parece por tanto la tarea del artista.» (Le symbolisme en peinture, Aurier 1995). Así pues, a la idea de la pintura como registro de sensaciones visuales le opone la noción de la pintura como jeroglífico, como escritura simbólica de las Ideas. Al mismo tiempo que Aurier escribía estos textos en el Mercure de France (1891) Sérusier elogiaba la monumentalidad y las obras murales que acabarían decorando las residencias de los más adinerados y amantes de la nueva modernidad. Más tarde, el movimiento fue desarrollándose en composiciones más grandes con una estructura más decorativa admirando al mismo tiempo los frescos del primer Renacimiento italiano, el japonesismo y en especial a Puvis de Chavannes.
Existen pues según los pequeños ensayos cromáticos de la primera época (El talismán) y las grandes composiciones decorativas dos principios básicos enunciados por Maurice Denis, teórico del grupo: La «deformación subjetiva» y la deformación objetiva. La primera afirmaba que «las emociones o estados del alma provocados por un espectáculo cualquiera suscitan en la imaginación del artista unos signos o equivalentes plásticos capaces de reproducir esas emociones o estado del alma sin necesidad de reproducir el espectáculo visual. Es por ello que se permiten estas exageraciones del color y de la fisonomía. Para compensar este exceso era necesario «corregirlo» a través de la «deformación objetiva», el segundo principio, que imponía al artista la necesidad de una «composición decorativa, estética y racional» lo cual le obligaba a «trasponerlo todo en belleza».
En los Nabis concurrieron dos corrientes bien diferenciadas: aquellos que estaban imbuidos por filosofías espirituales (teosofía, cristianismo, catolicismo y esoterismo) como Sérusier, Denis y Ranson que se alejaban del mundo moderno para representar escenas religiosas pero con un simbolismo arcaico, y aquellos como Bonnard y Vuillard que plasmaban escenas callejeras e interiores, a los cuales no les preocupaban sus especulaciones abstractas sino sus propias sensaciones pero a través de las imágenes observadas del natural. Sin embargo, ambas tendencias tendían hacia ese aspecto trascendente y expresivo y al mismo tiempo decorativo. En definitiva, una forma de abordar los objetos y los seres cotidianos que sugiera solamente para mostrar un estado del alma. Como expresaba Mallarmé «el placer de adivinar poco a poco; sugerirlo, ése es el sueño» o como resumía el propio Gauguin, «La poesía comienza donde nace el misterio».
Como en anteriores ocasiones, me ha parecido muy interesante tu artículo. Una vez más, aprendo algo nuevo, en este caso, la historia de los "Navis". Admiro la manera como manejan el color, tan pura, tan simple, tan difícil para mí… Un saludo.
Aprovecho para señalar que me pareció muy hermosa tu colección de ropa.