Los fauves. La pasión por el color
Esta semana viajé a Madrid para visitar la exposición «Los fauves. La pasión por el color» en la Fundación Mapfre Recoletos. No puedo más que recomendarla fervientemente aunque finaliza mañana. Sin duda una de las mejores exposiciones que he visto en los últimos tiempos sobre el fauvismo. No hace falta que os reitere mi pasión por este movimiento pictórico iniciado por Matisse y sus seguidores pero que tiene su embrión en los innovadores avances de los tres padres de la pintura moderna, Paul Gauguin, Van Gogh y Paul Cézanne que sin duda abrieron paso a las nuevas tendencias.
En esta exposición encontramos obras de este grupo de pintores que se reunieron en torno a Matisse, que en cierta manera aglutinaba esta nueva tendencia. Obras de André Derain y Maurice de Vlaminck en el que también se incluyen muchas otras de Albert Marquet, Henri Manguin, Charles Camoin, Jean Puy, Raoul Dufy, Othon Friesz, Georges Braque, Georges Rouault y Kees Van Dongen.
De Matisse y su estancia junto a Derain en Collioure, donde ambos artistas desarrollaron este nuevo enfoque pictórico ya os hablé en otro post. Todos estos artistas (llamados «fauves»- «fieras»- por su color apasionado y rabioso) desarrollaron «a plein air» (del natural), ya sea en plena naturaleza o retratos ante el modelo, una nueva pintura donde el color de la naturaleza era interpretado según las propias sensaciones individuales, de manera subjetiva, predominando el color vibrante, el trazo contundente o la pincelada fragmentada, a veces en manchas y otras en puntos y trazos de intenso movimiento. Este sería en síntesis el concepto de este breve movimiento pictórico que duraría tan solo unos pocos años pero que dejaría una huella imborrable en el arte de la pintura hasta nuestra actualidad. Paralelamente y de manera contemporánea en Alemania otro grupo de pintores, los expresionistas, iniciaron una pintura similar llena de fuerza expresiva que también marcaría un hito en el arte germano, en el cine, el teatro y la literatura traspasando todas las fronteras e influenciando de manera decisiva las tendencias del arte moderno que se avecinaba; comenzaba así el siglo XX con una genialidad e inventiva nunca conocidas hasta entonces.
De esta exposición, en la que no falta ninguno de sus grandes fundadores, quizás la obra de Matisse, el «padre» de toda esta troupe de artistas, está representado de manera algo escasa y con obras menores; destacaría más las obras de André Derain, su fiel seguidor, que a mi juicio superó con creces a su maestro en este breve periodo de tiempo que duró el fauvismo. Un ejemplo de este nuevo arte lo podemos encontrar en las palabras del propio Derain que proclamaba que «los colores puros llegaron a ser para nosotros cartuchos de dinamita…»; también destacaría de este artista el retrato que realizó de Matisse (y este a Derain), y su propio autorretrato, una secuencia de pinceladas fragmentadas y vibrantes colocadas con una destreza y seguridad dignas de un gran maestro; o también los retratos «puntillistas» realizados en Collioure y Londres, un mosaico de constelaciones lumínicas de ritmos frenéticos y de gran armonía (sin duda herencia de Van Gogh y Seurat). Quizás no tan conocido pero de una intensidad exacerbada podemos disfrutar de varias obras de Maurice Vlaminck; difícilmente podemos encontrar una pasión mayor en este artista autodidacta que nos relata su éxtasis de esta manera: «Pintaba balbuciente, sólo para mí. Me parecía que el agua, el cielo, las nubes, los árboles tenían conciencia de la dicha que me proporcionaban.»
También pude contemplar muchas obras de Albert Marquet, de menor intensidad cromática pero de fuerte pincelada vigorosa, con una gran economía de medios y una contundente precisión consigue trasladarnos a esas ciudades donde las figuras, de simples trazos, se mueven y dan vida a estas urbes en las que aun no había irrumpido en la arquitectura el mal gusto de nuestros días ¡Que gran disfrute poder ver con los ojos de estos artista!
No tan conocidos quizás para los menos iniciados en el fauvismo, Henri Manguin, Charles Camoin o Jean Puy, no por ello dejan de ser artistas fundamentales y de excelencia. Bella, sobria y llena de ternura la muchacha, Petite faunesse dormant, de Jaen Puy, con esos blancos tan ricos a la manera de Cézanne. Excepcional también la figura femenina de Manguin, Devant la fenêtre, que a pesar del contraluz confiere a la piel de la mujer una riqueza cromática de violetas y verdes magistral ¡Genial el empaste de luz que añade en el abdomen! Visto al natural es de una gran osadía.
¿Y qué decir de Raoul Dufy? Esas alegres playas, con sus figuras esbozadas como solo él sabe hacer, en movimiento continuo, componiendo sombrillas y figuras en un todo, con un ritmo frenético y al mismo tiempo transmitiendo una sensación placentera de la vida. Por fin he podido contemplar esa genial obra, Plage de Saint Adresse, que tantas veces había admirado en mis libros de arte y que ahora, por fin, podía sentir con toda intensidad sus bellos matices.
También Georges Braque sorprende ya que se le conoce más por su obra cubista, pero aquí nos muestra su faceta de juventud, más figurativa pero con osada explosión de color al estilo Vlaminck. Me gustaría mencionar también la fuerza expresiva de Georges Rouault, cuyo trazo negro, contundente y expresivo que rodea sus figuras lo hace inconfundible. Influiría con sus obras en algunos de los expresionistas alemanes. También Othon Friesz, de colores demasiado ácidos para mi gusto pero de un vigor muy expresivo en sus formas arabescas, con celajes de gran movimiento que lo hacen también inconfundible.
Por último, uno de mis artistas favoritos, Kees Van Dongen, representado en esta exposición solamente con tres obras, no las más representativas para mi gusto, que son los expresivos y sensuales retratos de mujeres: prostitutas, bailarinas, actrices de diferentes estratos sociales, rostros de ojos grandes y colores imposibles pero de gran armonía. Un pequeño retrato de mujer, Chanteuse de cabaret, cumplió mis expectativas. En definitiva una exposición que hace las maravillas de aquellos que gozamos con la pintura por el simple hecho cromático, música en colores, que sin pretender hacernos llegar mensajes simbolistas ni conceptuales, nos llega hasta el fondo de nuestras emociones. Como decía el gran Cézanne: «…El pintor no ha pretendido otra cosa. Su psicología es el encuentro de sus dos tonos. Su emoción está ahí.»
Que gran gozo ha sido poder contemplar a todos mis maestros reunidos en esta orgía de color.