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Galimatías literario en el arte actual

 

Cuando uno intenta profundizar sobre el sentido y la coherencia de la terminología usada en el conceptual mundo del arte actual, te da la sensación de que tu ignorancia es extrema, ya que no se consigue entender casi nada de lo que se está leyendo. En la mayoría de las críticas sobre arte de los periódicos o magazines, una serie de palabras “biensonantes”, entrelazadas con singular ingenio, intentan explicar las intenciones y la calidad plástica de un artista que probablemente ni el propio artista podrá entender. Tomemos al azar uno de esos breves escritos:”… Es un artista que se caracteriza por desarrollar una idea plástica con notable coherencia, seguridad en su trabajo y fidelidad a ese pensamiento que traduce en formas muy personales, como las “planoetrías”, definidas como volúmenes que evolucionan en un único plano. Su obra es un trabajo de evidente sutileza, con diferentes sugestiones lineales y estructurales capaces de persificación en la materia, en la forma y en la proyección espacial, a la vez que sugestivos valores de rítmica musicalidad plástica en el proceso creativo”

 

En estas imágenes el sátiro humor de Forges nos describe su visión de manera muy gráfica

 

Leído esto tengo que reconocer que he entendido las palabras (no todas) pero no el contenido, y sé que esta ignorancia no es políticamente correcta ni conveniente para posicionarme en un lugar privilegiado de la élite artística. Lo políticamente correcto es dar la sensación ante los demás de que este lenguaje «intelectual» nos es familiar y que no existe ninguna duda sobre su comprensión. Algunos podrán rebatir que todas estas palabras adquieren un sentido cuando se ve la obra, pero yo les aseguro que teniendo delante la obra, ni el mismísimo Nietzsche o Kafka podrían descifrar semejante galimatías. Por otra parte, resulta curioso que en todas estas críticas, siempre se ensalza y masajea al autor de la obra, nunca se le critica de manera negativa, como se hacía antaño en la época del impresionismo y en los comienzos del siglo XX. Leyendo estos textos tan “biensonantes” resulta que todos los artistas son el “no va más” dentro del mundo artístico; un vapuleo a tiempo, merecido y bien argumentado por un buen conocedor del arte, o mejor por un artista cualificado y honesto, podría ser un buen remedio para acabar con tanta mediocridad.

Pero continuando con algunas de estas palabras tan utilizadas y manoseadas actualmente en el mundo artístico -literario, hay dos términos en concreto que me producen una especial aversión: me refiero concretamente a “contemporáneo” y “vanguardia. Al escuchar o leer estas palabras siempre me he sentido  un proscrito, como si yo no perteneciera o no tuviese la capacidad de pertenecer a este grupo de “contemporaneovanguardistas” de la gran élite artística; en definitiva me dan un cierto repelús y me siento marginado en el más puro sentido de la palabra. Cada vez que oigo esas dos palabrejas o las veo escritas en alguno de estos numerosos magazines de arte o en cualquier otro medio de comunicación, me desconcierto, no consigo entenderlas ni saber si yo, un ser humano que vive en este siglo XXI y que intenta hacer su trabajo lo más acorde posible con el tiempo en el que vive, pertenezco o puedo pertenecer a esta categoría de privilegiados.

Lo cierto es que no, rotundamente no pertenezco ni me siento identificado ni implicado con ellas, y no porque etimológicamente no esté de acuerdo con esta definición (del latín “contemporaneus”, existente al mismo tiempo que otra persona o cosa), sino porque simplemente estoy en desacuerdo con el sentido que le pretenden dar algunos espabilados artistas y sus secuaces en su propio beneficio. Para esta élite de “pensadores” el arte actual debe ser transgresor, romper con todas las normas establecidas, sorprender, ser original a cualquier precio y de cualquier manera, y todo ello en detrimento del oficio de pintor, del simple hecho de pintar, de pintar con profesionalidad, utilizando con buen criterio el uso del color, la composición acertada y el buen gusto por las cosas bellas y bien elaboradas, en definitiva, que la estética prevalezca sobre la idea y el concepto, que esté por encima de la “literatura” que estos “pensadores” pretenden hacernos creer ver cuando miramos un cuadro o cualquier otra “creación” que intentan hacer pasar por arte. La creatividad de una obra de arte no consiste en hacer algo rompedor, excéntrico y que nadie haya imaginado nunca (en la mayoría de los casos suele ser de mal gusto), sino que en la propia realización personal y única de un artista de talento, la originalidad y la creatividad aparecen y fluyen espontáneamente, igual que la caligrafía de cada persona es única e inimitable. La gente corriente, la gente de la calle, que es la gran mayoría y que es en definitiva a la que van dirigidas las obras que los artistas honestos realizan, no entienden lo que ven ante sus ojos cuando miran este tipo de obras “antiarte”, no les llega al alma y en la mayoría de las ocasiones esta confusión hace que exclamen: “¡Es que yo no entiendo de pintura!”.

 

 

 

Dos imágenes de arte conceptual en el Centre Georges Pompidour.

 

Pero para gozar de la pintura no es primordial entender de pintura; la pintura y el buen arte se siente, se ama, toca nuestra fibra interior, se escucha como se escucha la buena música y según la sensibilidad de cada persona se aprecia y se disfruta de manera diferente, pero nadie debe hacer “literatura”, hacer que nos guste mediante la palabra aquello que no nos llega a nuestro corazón a través de la vista. Sí, es bien cierto, que si conocemos la evolución de la pintura y sus diferentes “ismos”, en definitiva, si la conocemos más profundamente, nos será más fácil apreciar y diferenciar el buen arte del que no lo es, pero nunca debemos dejarnos influenciar por la verborrea de unos cuantos malabaristas de la palabra, que entrelazando algunos términos sofisticados y de difícil comprensión (que nadie, ni siquiera ellos mismos comprenden) intentan hacernos ver la trascendencia de algo que es insustancial y carece de valor artístico. Unas reflexiones del gran Cézanne, que transcribe su amigo Joachim Gasquet en el libro Lo que vi y lo que me dijo (Editorial GADIR), nos ilustran con certera ironía esta falsa  charlatanería: «… Y lo que me gusta, verdad, en todos esos cuadros de Veronese es que no hay que chacharear sobre ellos. Nos gustan, si nos gustan la pintura. No nos gustan, si además, buscamos literatura, si nos excitamos con la anécdota, el tema… Un cuadro no representa nada, debe representar ante todo colores… Yo detesto eso, todas esas historias, esa psicología alrededor. Claro, está en la tela, los pintores no son imbéciles, pero hay que verlo con los ojos, con los ojos. El pintor no ha pretendido otra cosa. Su psicología es el encuentro de sus dos tonos. Su emoción está ahí. Eso es su historia, su verdad, su profundidad. ¡Hombre, porque es pintor! Ni poeta ni filósofo. Ni Miguel Ángel ponía sus sonetos en la Sixtina ni Giotto sus canzone en su vida de San Francisco…»

A pesar de los muchos embustes que proliferan en el entorno de la «literatura» del arte creo que  sí se puede, mediante la palabra del buen crítico o entendido (y con ello quiero dejar claro que sí existen buenos y auténticos historiadores y comentaristas de arte), abrirnos al conocimiento y mostrarnos con claridad el porqué aquel artista ha compuesto o elaborado aquellos colores y cómo de esta manera ha conseguido aquel resultado que tanto nos deleita, pero nunca dejarnos embaucar por explicaciones conceptuales e incomprensibles por parte de personas que no están capacitadas para ello.

La otra palabra que me resulta urticante, “vanguardia”, que en el sentido artístico significa “aquellas tendencias artísticas que se afirman por el rechazo de pautas anteriores y ponen en entredicho las mismas premisas de su ámbito anterior”, también se tendría que entender no en un sentido tan radical como estos nuevos “vanguardistas” pretenden atribuirle. Ningún artista auténtico que se precie rechaza de manera radical las tendencias anteriores; todo lo contrario, las considera, las analiza, las conoce y a partir de ellas las hace evolucionar consiguiendo una nueva forma de hacer propia. Las pautas anteriores le sirven para desarrollar su manera particular y diferente de expresarse. Es una evolución lógica, una ayuda más que un rechazo sistemático.

Después de la pintura que llamamos clásica o el realismo de principios del XIX, ya a finales de este mismo siglo los impresionistas evolucionaron hacia una pintura más abreviada, en la que el detalle perdía parte de su valor en favor de la espontaneidad de la pincelada, descomponiendo la luz que incidía sobre los objetos de manera más fragmentada. Más tarde los postimpresionistas dieron un giro al arte de la pintura liberando la forma y el color según sus propias sensaciones, utilizando y transformando estas dos herramientas en función de la superficie del cuadro, consiguiendo de esta manera una mayor expresividad plástica. Pero todo esto se sucedía de una manera escalonada, razonada, con una buena base artística, con el oficio previamente bien aprendido.

 

 

Ciertamente también existía una “vanguardia” que eran todos estos nuevos “ismos” emergentes y una pintura oficial que marcaba las pautas y los cánones a seguir, y había rivalidad entre los nuevos movimientos de vanguardia y un deseo por liberarse de la pintura oficial más academicista, pero siempre con un profundo conocimiento y respeto por los logros pictóricos conseguidos en otra épocas. Los propios artistas escribían, editaban revistas o almanaques con su grupo de seguidores, ya fueran artistas, poetas, escritores o músicos y hablaban acerca de la cultura y de la actualidad del arte en general, pero siempre o casi siempre con un conocimiento exhaustivo de la materia. Si se conocen algunas de estas manifestaciones literario-artísticas como el Almanaque Der Blaue Reiter (El Jinete Azul), grupo formado en Munich en 1912 por Vasily Kandinsky y Franz Marc, o las teorías de los franceses puntillistas como Signac y Seurat, o la correspondencia escrita entre los propios artistas del grupo Nabis como Paul Gauguin y sus seguidores Maurice Denis, Emile Bernard o entre los fauvistas Matisse y Derain y, por otro lado, el gran Delaunay que desarrolló la teoría del efecto simultáneo de los colores complementarios, uno se da cuenta de la solidez y el conocimiento profundo, científico y artístico de sus reflexiones. Basta dar una ojeada todo este gran despliegue de talento artístico y teórico bien razonado para darse cuenta de que la “literatura” del arte actual deja mucho que desear. Y lo más negativo de todo ello es que toda esta operación de “marketing” y “literatura” barata y engañosa lleva al público aficionado a un desconcertante desconocimiento del verdadero buen arte. Confiemos en que esta lucha, que sin lugar a dudas, deberá enfrentar en un futuro a intelectuales, escritores, críticos, aficionados al arte y artistas, que reconocen el verdadero valor del trabajo de calidad y bien elaborado, contra los que pretenden hacer del arte un negocio fácil, ponga las cosas en su lugar y desenmascare a toda esta “troupe” de farsantes haciendo que toda esta mediocridad caiga por su propio peso.

En cada una de estas obras que os expongo a continuación vemos la belleza en estado puro, simplemente son bellas y no necesitan palabras para ser comprendidas, y como podéis apreciar en las obras de Kandinsky y Delaunay no necesariamente deben ser figurativas para seguir siendo bellas. Como reitero muchas veces, solo creo en aquello que me emociona.

 

Paul Signac (1863-1935)

Georges Seurat (1859-1891)

Paul Gauguin (1848-1903)

Emile Bernard (1868-1941)

Maurice Denis (1870-1943)

Franz Marc (1880-1916)

Wassily Kandinski (1866-1944)

Robert Delaunay (1885-1947)

André Derain (1880-1954)

Henri Matisse (1869-1954)

 

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